La espectacular y exitosa intervención de la fuerza aérea rusa en Siria no es, al menos aparentemente, del agrado de algunos miembros de la llamada coalición antihyihadista liderada por los Estados Unidos. De hecho, el Kremlin decidió intervenir en el conflicto que opone las tropas del Presidente al Assad a un mosaico de grupos y grupúsculos armados, en su gran mayoría, de corte islamista, no sólo para proteger a su aliado de Damasco, sino también y ante todo para tratar de prevenir la expansión del peligro islamista en la región del Cáucaso y de Asia Central.
Desde la década de los 70 del siglo pasado, Rusia dispone de una importante base naval en el puerto de Tartus, situado a treinta kilómetros de la frontera con el Líbano. Las instalaciones marítimas de la base, que goza del estatuto de extraterritorialidad, sirven para el abastecimiento de la Flota del Mar Negro y de los buques de guerra que cruzan el Mediterráneo. Tras el inicio del conflicto sirio, la base se convirtió en la atalaya de Moscú en el Mare Nostrum. Una presencia ésta sumamente molesta para los detractores del régimen de al Assad, poco propensos a tolerar una presencia extranjera (léase rusa) en las inmediaciones de la zona de combate. Pero el Kremlin se limitó a hacer oídos sordos hasta finales de septiembre, cuando la fuerza aérea de Rusia realizó por primeros ataques contra las posiciones del Estado Islámico.
La eficacia de los bombardeos rusos provocó la ira del actual inquilino de la Casa Blanca; Moscú desbarataba los planes de la coalición. Al atentado contra un avión de línea ruso perpetrado a finales de octubre en el Sinaí, se sumó, hace apenas unos días el derribo por la Fuerza Aérea turca de un aparato SU – 24 que efectuaba una misión en la frontera con Siria. Ankara acusó a los pilotos de haber violado el espacio aéreo del país otomano. Por su parte, Moscú sostiene que el avión volaba a un kilómetro de los confines con Turquía. El Presidente Putin calificó la acción del ejército de Ankara de puñalada por la espalda asestada por los cómplices de los terroristas (del Estado Islámico). Y, por si fuera poco, hay quien afirma que Washington podría haber movido los hilos de la trama.
La gravedad del incidente y sus posibles repercusiones a nivel estratégico obligó a la OTAN a convocar una reunión de emergencia para tratar de quitar hierro al asunto. Contención, fue el mensaje de la Alianza: contención y diálogo.
Subsiste el interrogante: ¿a qué se debe la presencia militar rusa en Siria, el empeño del Kremlin de librar batalla contra los grupúsculos islamistas que utilizan el territorio de un país soberano como mero laboratorio de la guerra postmoderna? Los politólogos occidentales afirman que Rusia se limita a auxiliar a su fiel aliado Bashar al Assad, superviviente de los no siempre acertados cambios de las primaveras árabes. Se trata, sin embargo, de una visión muy simplista o, tal vez, demasiado partidista de los hechos.
En efecto, desde hace más de un cuarto de siglo, los estrategas rusos no disimulan su preocupación ante el avance del radicalismo islámico en las regiones asiáticas de la antigua URSS. En 1995, el vicepresidente del Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos de Moscú recorrió las capitales europeas con el propósito de recabar información sobre la amenaza islámica en Occidente y las políticas de prevención ideadas por los Estados miembros de la OTAN. Ante su gran sorpresa, éstas brillaban por su ausencia.
Rusia tenía, sin embargo, un problema muy serio en los enclaves musulmanes de Asia Central. Los primeros disturbios estallaron en Daguestán y en Chechenia, donde los radicales salafistas se dedicaban a eliminar a la mayoría sufí. Los fundamentalistas procedían, en su gran mayoría, de las filas de Al Qaeda. Eran los combatientes afganos llamados a establecer el Emirato del Cáucaso, punta de lanza del extremismo islámico en la… tierra de los ateos, para emplear el lenguaje de la familia real saudí.
En los últimos cinco lustros, los servicios de inteligencia moscovitas detectaron la presencia de 17 grupos yihadistas en el territorio de la antigua URSS. El número de víctimas de la guerra larvada contra el terrorismo ascendió a… 9.000. Muy a menudo, las instituciones europeas confundían las operaciones militares contra los salafistas con… la violación flagrante por parte de Moscú de los derechos humanos. Hasta el día en que el azote llegó a… París.